21 de Julio de 2025 a las 13:07
Cada domingo, mientras el resto de los mortales desayuna tostadas o se recupera del sábado, Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria, se sienta a escribir. Y escribe. Y escribe. Y escribe. Artículos kilométricos que harían palidecer a cualquier enciclopedia. Reflexiones profundas, citas filosóficas, diagnósticos del alma democrática… todo menos una lista de cosas que realmente haya hecho.
Porque mientras él redacta tratados sobre la ecoísla, la ciudadanía activa y el retroceso democrático, Gran Canaria sigue esperando que alguien recoja la basura, arregle las carreteras y limpie los barrancos. La isla, con casi 1.000 millones de euros de presupuesto anual, parece más bien un decorado postapocalíptico que un paraíso sostenible.
¿Proyectos? Bueno, según el balance oficial, hay cosas como el Salto de Chira, el tren insular, el Museo de Bellas Artes (que abrirá cuando los dinosaurios vuelvan), y la reforestación masiva. Pero si preguntas a pie de calle, lo que se ve es abandono, suciedad y una sensación general de que el Cabildo está más preocupado por publicar artículos que por gobernar.
Morales ha convertido el concepto de ecoísla en su mantra personal. Pero la única eco que se escucha en la isla es la de los vecinos preguntando: “¿Y esto cuándo lo arreglan?”. Mientras tanto, él sigue escribiendo. Porque si algo ha demostrado en estos años es que puede llenar páginas y páginas sin despeinarse… literalmente, porque es calvo A.
Y si alguien duda de su capacidad para desviar la atención, que recuerde aquel pleno en el que, en medio de un debate judicial, soltó a una consejera del PP: “A mí no me suda la calva, me brilla. Pero a usted le suda el bigote”. Un momento que dejó claro que, si no gobierna con eficacia, al menos gobierna con frases para la posteridad.
Tal vez algún día publique un artículo titulado: “Cómo gobernar sin que se note”. Y ahí sí que tendría autoridad.
El Cenícalo