6 de Noviembre de 2025 a las 14:46
Han pasado más de veinte años desde que el barranco de Silva se convirtió en el vertedero institucional más famoso de Telde. Entonces, el juez García-Sotoca envió a juicio a dos exalcaldes, un exconcejal y varios promotores por permitir durante años que los residuos fecales e industriales del polígono de El Goro se colaran por las cloacas hasta el mar. La Fiscalía pidió cárcel. La defensa negó todo. Y la ciudadanía, como siempre, tragó.

Hoy, el mar vuelve a hablar. Esta vez desde Melenara, donde un vertido de “apariencia química” ha matado al 40% de la producción de lubinas de Aquanaria, una empresa internacional con 175 trabajadores que lleva semanas recogiendo cadáveres de peces mientras el Ayuntamiento de Telde mira hacia otro lado. ¿Casualidad? ¿Déjà vu? ¿O simplemente una tradición municipal?

La historia se repite, pero con nuevos actores. En 2006, el fiscal acusó a los responsables políticos de “consentimiento tácito” por no vigilar ni impedir los vertidos. En 2025, Aquanaria denuncia “pasividad institucional” tras quince avisos formales ignorados. Entonces, los vertidos eran fecales. Ahora, químicos. Entonces, el barranco. Ahora, el emisario submarino. Entonces, silencio. Ahora, también.

La empresa ha denunciado ante el Seprona y la Fiscalía de Medio Ambiente. Ha asumido sola la gestión de la emergencia. Ha perdido 15 millones de euros. Y mientras tanto, desde la alcaldía se insinúa que quizá haya que revisar la concesión de las jaulas. Como si la víctima fuera la culpable. Como si el pez muerto pudiera declarar.

¿Puede el actual alcalde acabar sentado en el banquillo como Francisco Santiago? ¿Puede el concejal de Medio Ambiente seguir ignorando los avisos sin consecuencias? ¿Puede Telde permitirse otro escándalo ambiental con olor a negligencia y sabor a impunidad?
La respuesta está en el mar. Y en los tribunales. Pero también en la memoria de quienes aún recuerdan que el barranco de Silva no se limpió solo. Que los vertidos no se evaporan. Y que la responsabilidad, como las lubinas, también puede morir por asfixia.
¿Quién vigila al vigilante cuando el vertido es municipal y el silencio institucional?
Por El faro