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25 de Febrero de 2025 a las 11:00

El arte de meter fuego: una vida de incoherencias y ovejas descarriadas

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En la historia de cualquier pueblo, hay quienes dejan huellas imborrables y quienes dejan un reguero de cenizas. En Telde, tenemos un caso emblemático de lo segundo: una figura que ha convertido el conflicto en su bandera y la mentira en su filosofía de vida. Su trayectoria política es un laberinto sin salida, una montaña rusa sin frenos, un viaje sin destino. Pero, eso sí, siempre con una parada obligatoria en cada partido político que le haya abierto las puertas (y, en muchos casos, también la ventana para que se marchara).

Esta persona, carente de ideología, principios y vergüenza, posee un olfato espectacular para arrimarse al sol que más calienta… hasta que cambia el viento. Entonces, se convierte en la más feroz enemiga de quienes ayer eran sus aliados. ¿De izquierda, de derecha, de centro? Da igual. Su única brújula es la silla que esté libre. Ha pasado por más partidos que una baraja de póker, y en todos ha dejado el mismo rastro: discordia, promesas vacías y, cuando todo se derrumba, un “yo no fui” pronunciado con una cara más dura que el hormigón del puente de San Juan.

En este camino de traiciones y enredos, ha sabido rodearse de lo mejor de cada casa: auténticos prodigios del fracaso, expertos en el arte de no conseguir absolutamente nada en la vida. Son ovejas descarriadas que, por alguna razón inexplicable, han decidido seguir a la "pastora" del caos, convencidas de que así llegarán a alguna parte. Spoiler: no lo harán. La historia nos ha enseñado que quienes se alían con ella solo tienen dos destinos posibles: ser devorados por su propio ridículo o desaparecer en la más absoluta irrelevancia.

Pero lo que realmente impresiona es su talento para disparar veneno en todas direcciones, sin importar a quién alcance. Cuando alguien pasa la vida traicionando a quienes tiene cerca, incluso su propia sangre aprende a alejarse. Este es un mérito que no cualquiera consigue, pero que en este caso se ha logrado con creces. No hay familia, amistad ni alianza que sobreviva a su juego.

Y ahí sigue, incansable, con su mirada incierta (que nunca sabes si te está mirando a ti o al más allá), su discurso reciclado y su eterno veneno, que, a pesar de los años, sigue tan fresco como el primer día.

Así que, mientras haya un poco de gasolina y un par de incautos dispuestos a hacerle coro, esta hoguera no se apagará. Y, a estas alturas, ¿para qué queremos que se apague? Al menos nos da algo de qué reírnos.

El Faro