23 de Octubre de 2025 a las 10:00
En el teatro municipal de Telde, donde los cargos se reparten como estampitas y los méritos se miden en obediencia, hay un personaje que merece su propia obra: el Bufón Reversible. Un funcionario que empezó pegando carteles electorales y terminó pegado al presupuesto público como lapa en roca.
Todo comenzó en campaña. Nuestro protagonista, armado con cola, brocha y devoción, empapeló Telde con la cara del entonces Alcalde —ese que luego fue condenado por corrupción. El esfuerzo fue premiado: echadero asegurado. Porque en Telde, el que pega, cobra.
De ahí pasó a cargo de confianza, ese limbo donde no se sabe bien qué se hace, pero se cobra bien. Luego, como si fuera parte de una profecía clientelar, se convirtió en Concejal. ¿Gestión? ¿Proyectos? ¿Propuestas? Nada de eso. Lo suyo era estar, figurar, y firmar como técnico siendo peón. Un arte que en otros lugares se llama usurpación, pero aquí se llama “costumbre”.
Tras su etapa como edil, volvió al punto de partida: peón municipal. Pero no cualquier peón. Un peón que no carga, no repara, no ejecuta. Un peón de pasarela, que aparece en todas las fotos del gabinete de prensa como si fuera el embajador del aire público. Se le ve caminando, mirando, posando… pero nunca trabajando. Como si su función fuera existir con sueldo.

Las fotos institucionales lo muestran en cada evento, cada entrega, cada acto. Siempre en segundo plano, pero con protagonismo de figurante. Algunos vecinos ya lo llaman “el holograma del Ayuntamiento”: está en todas partes, pero nadie sabe para qué. Lo único claro es que se lo lleva calentito a casa, sin despeinarse ni sudar la camiseta.
Y si alguien pensaba que esto era solo una anécdota, que se prepare: su firma aparece en documentos que permitieron que alguien cobrara 100 millones de las antiguas pesetas —unos 600.000 euros actuales— por un manojo de hierro plantado en La Garita. El símbolo del partido en aquel momento. Hoy, símbolo de otra cosa: la impunidad con forma de árbol.
Porque no es que en Telde se llame costumbre a la usurpación. Es que se institucionaliza. Se normaliza que un peón firme como técnico. Se normaliza que se pague una fortuna por una obra sin consenso. Se normaliza que todo el mundo sepa lo que pasó… y nadie haga nada.
El Faro