11 de Julio de 2025 a las 14:46
En una reciente entrevista concedida a un "programa" de radio, el alcalde de Telde volvió a repetir algo que ya se ha convertido en parte esencial de su discurso: sigue usando su número de teléfono personal como canal de contacto directo con la ciudadanía, pese a tener un dispositivo corporativo. “Cualquier vecino puede llamarme o escribirme cuando lo desee, y yo siempre respondo”, dijo con el tono cercano que le caracteriza.
Esta declaración, lejos de ser una anécdota, refleja una manera de entender la política local basada en la inmediatez, la cercanía y el contacto directo, muy en sintonía con los tiempos de redes sociales y comunicación constante. Y, sin embargo, también abre la puerta a una reflexión seria y necesaria: ¿debe un alcalde de una ciudad de más de 104.000 habitantes seguir haciendo este trabajo solo, mensaje a mensaje, llamada a llamada?
No hablamos de un concejal de barrio, sino del presidente de una corporación municipal con un presupuesto anual que supera los 100 millones de euros. Un alcalde que gestiona recursos humanos, técnicos y económicos de enorme complejidad, y cuya principal misión —recordémoslo— no es responder a cada mensaje, sino liderar una ciudad y tomar decisiones estratégicas que transformen el municipio.
Nadie duda de la buena voluntad del alcalde. Su gesto, incluso, es percibido como humano, accesible, casi entrañable en un tiempo donde la política suele parecer lejana. Pero no podemos ignorar el reverso de esta entrega: ¿cuánto tiempo del día se le va respondiendo mensajes? ¿Cuántos de esos mensajes son realmente útiles y cuántos lo están distrayendo de su verdadero cometido?
Porque lo cierto es que el ruido existe. La ciudadanía tiene derecho a comunicarse, pero también tiene el deber de no colapsar los canales con asuntos triviales, peticiones personales o incluso maniobras interesadas. Y eso pasa. Lo sabemos todos. Y lo sabe también el alcalde.
Una figura institucional como la suya necesita equipo, estructura, orden. No se trata de que no escuche, sino de que lo haga sin hipotecar su tiempo ni su concentración. ¿De verdad no hay una persona de máxima confianza que pueda asumir esta tarea sin romper ese lazo directo con el pueblo, pero sí filtrando lo importante, lo urgente, lo estratégico?
Esta no es una crítica destructiva. Al contrario. Es un toque de atención desde el respeto y el cariño a quien ha demostrado voluntad de trabajar por Telde. Pero si queremos que el alcalde nos saque adelante como la Gran Ciudad de más de 674 años de historia que es —y lo queremos—, debemos permitirle hacer de alcalde, no de recepcionista.
La buena política también consiste en delegar con inteligencia. Gobernar no es estar siempre disponible: es saber cuándo escuchar, cuándo decidir y, sobre todo, cuándo actuar.
Se lo digo con mucho afecto, señor Alcalde.
Marcuca Sin Filtro