16 de Julio de 2025 a las 13:14
Lo de Nueva Canarias ya no es una crisis interna. Es una disolución a cámara lenta. Lo que antaño fue un partido con aspiraciones a ser voz del nacionalismo moderno en Canarias, hoy se encuentra sumido en una desbandada generalizada que va mucho más allá de la política municipal. La caída no es solo en Telde. Es en toda Canarias.
El reciente episodio en el Ayuntamiento de Telde —la destitución de Celeste López como portavoz del grupo municipal, ejecutada sin aviso formal mientras se encontraba fuera de la isla— es solo una señal más de lo que ocurre entre bastidores. No hubo reunión. No hubo defensa. No hubo debate. Simplemente se la apartó.
Pero el asunto no es solo un cambio de portavocía. En Las Palmas de Gran Canaria, cinco de los 17 miembros del comité local han renunciado por completo a la militancia, aludiendo a la falta de voluntad de renovación en la dirección. La respuesta oficial ha sido tajante: se les exige que entreguen sus actas, con acusaciones de transfuguismo. Todo bajo el paraguas de la disciplina interna, mientras el partido se vacía por dentro.
En el sur de Gran Canaria, la situación es aún más ilustrativa. El alcalde de Santa Lucía de Tirajana, Francisco García, abandonó el partido junto a la mayoría de sus concejales, denunciando presiones internas, desconfianza y un modelo de organización basado en el control, no en el debate. En San Bartolomé de Tirajana, la historia es prácticamente calcada. En total, ya son 22 concejales los que han abandonado Nueva Canarias en distintos puntos del Archipiélago.
La crisis no se limita a Gran Canaria. En Lanzarote, Fuerteventura, La Palma o El Hierro, las estructuras locales del partido están desapareciendo o quedando reducidas a una formalidad sin músculo ni representación. Militantes históricos se han dado de baja. Cargos públicos han roto con la formación. Y sectores críticos ya preparan un nuevo proyecto político, con identidad canaria, pero al margen del deterioro estructural de NC.
Mientras tanto, la cúpula directiva —con nombres como Román Rodríguez, Pedro Quevedo y Carmelo Ramírez— sigue gestionando la caída como si se tratara de una mera reestructuración interna. La narrativa oficial habla de “renovación” y “organización”, pero los hechos desmienten cualquier posibilidad de reconstrucción creíble.
Los números no engañan: de gobernar ocho municipios estratégicos en Gran Canaria en 2023, Nueva Canarias ha pasado a controlar solo dos. Y si no fuera por el nombre impreso en las actas, nadie diría que ese partido sigue operativo. Lo que hay hoy es un cascarón, una etiqueta que muchos de sus antiguos miembros tratan de abandonar sin hacer ruido, mientras otros comienzan a explorar nuevas siglas con las que regresar a la vida política.
La historia reciente del nacionalismo canario demuestra que los nombres no garantizan fidelidad. Coalición Canaria lo sabe y ya se mueve para ocupar el vacío con discursos de unidad y promesas de refundación. Otros, como el nuevo bloque de Teodoro Sosa, Óscar Hernández o Francisco García, ya han comenzado a organizar un espacio político nuevo. Uno sin el lastre de siglas gastadas.
Y mientras todo esto ocurre, la ciudadanía asiste, una vez más, al espectáculo de la fragmentación. La diferencia, esta vez, es que ya nadie se cree los disfraces. La memoria política de Canarias es más larga de lo que algunos piensan.
Nueva Canarias no está desapareciendo por una crisis coyuntural. Se apaga porque dejó de escuchar, dejó de renovar y dejó de representar. El partido que prometía ser moderno y participativo terminó siendo vertical, opaco y previsible. Un proyecto político convertido en reflejo de sí mismo.
Y lo peor no es que se disuelva. Lo peor es que pretende seguir adelante, disfrazado de algo nuevo, como si nadie fuera capaz de reconocer los mismos rostros, los mismos gestos y los mismos hábitos.
Por Observador Irónico | detelde.es