28 de Agosto de 2025 a las 12:00
En Telde, el mar no es solo horizonte: es historia, sustento y alma. Como alguien nacido en la playa de Melenara, he vivido cada jornada con el salitre en la piel y el respeto por la mar como norma. Por eso, me resulta incomprensible —y doloroso— ver cómo se aplican las leyes de forma tan desigual en nuestras costas.
Hace apenas unos días, la Policía Local de Tede intervino en la playa de Aguadulce, requisando fusiles de pesca submarina y sancionando a jóvenes por practicar una actividad prohibida. La normativa municipal es clara: el uso de fusil está vetado en todo el litoral. Y aunque comparto la necesidad de proteger el entorno marino, no puedo ignorar la contradicción flagrante que se vivió en Melenara.
Durante las fiestas patronales, se celebró públicamente una recreación del chinchorro —una técnica de pesca de cerco-arrastre prohibida en Canarias desde 1986 por su impacto ambiental—. Se arrastró una red sobre el fondo marino, se capturaron peces, y todo se presentó como un gesto entrañable de tradición. ¿Dónde está el límite entre lo simbólico y lo ilegal?
La pesca submarina puede ser peligrosa, sí. Pero el chinchorro arrasa con todo: especies pequeñas, hábitats marinos, biodiversidad. Y mientras unos jóvenes son señalados y sancionados, otros participan en una infracción convertida en espectáculo, con respaldo institucional y sin consecuencias aparentes.
Y lo que más duele es que estas prácticas de buceo —como coger un pulpo entre amigos o unas viejitas para llevar a casa— son costumbres que muchos hemos vivido y que aún se mantienen en muchos rincones de Canarias. No se trata de depredar, sino de compartir. Pero parece que aquí importa más castigar eso que enfrentar lo que realmente está perjudicando a la isla.
Porque mientras la Policía Local de Tede actúa con rapidez contra estos jóvenes, tiene mucho más difícil enfrentarse a los grandes empresarios que contaminan nuestros barrancos, nuestras costas y nuestros fondos marinos. Mire usted por dónde: a muy pocos metros de Tufia, en el barranco de Silva, hay vertidos que llevan años sin resolverse. ¿Dónde está la vigilancia ahí?
Como hijo de esta costa, me duele ver cómo se criminaliza a unos y se aplaude a otros. Me duele que la cultura se utilice como excusa para ignorar la sostenibilidad. Y me duele, sobre todo, que el mar —ese que nos da vida— se convierta en escenario de incoherencias institucionales.
Si queremos honrar nuestras raíces, hagámoslo con respeto. Con creatividad. Con conciencia. Porque el mar no es solo nuestro pasado: es nuestro futuro. Y merece algo más que sardinas y sentimentalismo.
Por Carmelo, nacido en la playa de Melenara